martes, 3 de mayo de 2011

Comentario de texto 13

TEXTO 13  COMENTADO


Nos encontramos frente a un texto de naturaleza política, concretamente se trata de un fragmento de una conferencia. La realizó José Francisco Prat (Josep Prat), un sindicalista catalán precursor del movimiento anarcosindicalista, colaborador de muchos periódicos obreros como Tierra y Libertad y El Productor. Dicha conferencia se realiza en el Centro Obrero de Barcelona, fundado en 1884.

El autor utiliza dos preguntas retóricas para exponer la condición de la mujer en los primeros años del siglo XX "¿Cómo viven ¡as mujeres? ¿Qué son para nosotros, los hombres?" Distingue entre las mujeres de clase alta y las mujeres obreras. Sintetiza, en primer lugar y a grandes trazos, un esquema del modelo femenino burgués: ligero barniz cultural, matrimonio, maternidad y elegancia en el vestir como ostentación del poder económico del marido. La mujer obrera, vuelve a sintetizar, ligada al trabajo manual du­rante largas jornadas, mal pagada, mal alimentada y en riesgo siempre de caer enferma.
Ambos prototipos de mujer sufren por igual "el abandono intelectual", es decir, la no conciencia de sus derechos, que no puede aflorar en ellas por la carga moral, instalada en sus conciencias desde la niñez, de una larga lista de deberes


Es de destacar ya cómo existe entre el movimiento obrero una preocupación - dado el pésimo sistema educativo público estatal y el control de la Iglesia en este ámbito-por cubrir un hueco en la formación cultural del proletariado con centros como este Centro Obrero, Ateneos populares, etc. El destinatario es público, y es lógico presuponer que se componga predominantemente de trabajadores y, dado el tema a tratar, también trabajadoras.
El autor trata de concienciar al auditorio sobre la injusta situación de la mujer, aunque, de acuerdo con su ideología política, estableciendo las diferencias que se crean según la clase social a la que perteneciera ésta.

El texto está contextualizado en España, en la ciudad de Barcelona, a principios del siglo XX, concretamente en el año 1903, en el periodo de la Restauración, que consistió, tras la I Republica, en la vuelta de los Borbones con una monarquía constitucional al cargo de Alfonso XII, apoyada por los Partidos Liberal y Conservador con la idea de devolver la estabilidad a España. A nivel del mundo obrero, es de destacar la Ley de Asociaciones que permitía a los obreros reunirse en sindicatos para defender sus derechos. Se promulgó también la libertad de prensa y la extensión del sufragio
universal masculino; todo ello a partir de 1880. Aparecieron nuevos partidos políticos y sindicatos, tanto anarquistas como socialistas. De estos último nace el Sindicato de la UGT, que comienza llamándose Centro Obrero de Barcelona, y es aquí, en Cataluña, donde se sitúan la mayor parte de los movimientos obreros del siglo, aunque muchos de ellos se vieron duramente reprimidos por diferentes gobiernos de la Resatauración.

A pesar de todos lo movimientos sociales y políticos que se levantaron durante esos años, éstos se centraban en la búsqueda de más derechos laborales y políticos para los hombres, dejando a una lado a la mujer, existiendo una marcada diferencia entre sexos tanto en el ámbito legal como educativo, quedando ella en un papel secundario en la sociedad, cuya función era meramente mantener el equilibrio de la familia y el hogar. Por ello, la educación que recibía estaba sólo dedicada a su alfabetización, a enseñarle los valores cristianos para que pudiese ser una buena madre y esposa, y a que aprendiera las labores domésticas y de costura. No se buscaba para nada una mujer sabia, sino una mujer que cumpliese con su papel en la sociedad. Además, al casarse la mujer perdía incluso el derecho a administrar sus propios bienes, siendo ya totalmente dependiente de su esposo, bajo el deber de pedirle permiso a la hora de realizar cualquier negocio. Las solteras, en cambio, en este aspecto tenían derechos similares a los de los hombres (firmar contratos o establecer negocios). Los hombres debían ocuparse del mantenimiento económico de! hogar; las mujeres, de la educación de los hijos y de los asuntos de organización doméstica. La autoridad en el hogar, según el Código Civil, la detentaba el marido, cuyas órdenes no podían ser desobedecidas por la mujer bajo pena de cárcel de entre 5 y 15 años.

Dada pues esta visión de la mujer, no es de extrañar que se le otorgase también una fuerte importancia a su vestimenta, especialmente a la mujer burguesa, dado que su aspecto físico hablaría también de la capacidad adquisitiva de la familia. La silueta de la mujer quedaba moldeada por ceñidos corsés que le daban un aspecto a la cintura diminuto, realzando las caderas. Estos diseños oprimían el estómago y otros órganos internos hacia dentro y hacia arriba, dificultando también la respiración, dando una sensación de menos vitalidad. Además, a finales de este siglo, utilizaban también una almohadilla llamada polisón que se colocaba sobre los glúteos, realzando ésta parte del cuerpo. Los vestidos se llenaban de encajes y otros detalles decorativos, dándoles aspecto más lujoso, y estaban compuestos por largas faldas y corpiños hasta el cuello. A esto hay que sumarle las enaguas y aros para dar volumen al vestido. Todo el conjunto tenía un peso de unos 10 kg.
Los modales que debían mantener también eran muy importantes. Durante esta época se mantuvo la moda de comer "como un pajarito", con pequeños bocados, y hablar débilmente. Como es de imaginar, todo esto aumentaba la sensación de la mujer como "sexo débil" y necesariamente subordinada al hombre.

En cuanto al mundo laboral, se identificaba a la mujer sólo con algunos puestos de trabajo, sobretodo como obrera en el sector textil y en las fábricas de tabaco, sin permitirle situarse en otros puestos que se veían destinados sólo para el hombre, y considerándola siempre como mano de obra barata. Es importante destacar también la diferencia salarial, ya que la mujer cobraba la mitad que un hombre realizando el mismo trabajo. Se consideraba que la mujer tenía una tasa de producción
mucho menor, y que el hombre, visto como el responsable de la familia, debía llevar al hogar dinero para mantenerla.

A raíz de todas estas diferencias que discriminaban a la mujer, se crearon una serie de asociaciones parecidas a los sindicatos que revindicaban la igualdad en los derechos de la mujer a los del hombre en la sociedad, el feminismo. El feminismo español tuvo como movimiento social una menor envergadura que en la mayoría de los países desarrollados europeos. Siempre estuvo centrado en la reivindicación de los derechos sociales como el derecho a la educación o al trabajo ya que no buscaban igual política a la hora de pedir su derecho a voto Donde más cambio se produjo fue en la educación, aunque seguían impartiendo las pautas sobre el comportamiento dentro de las labores domésticas de la mujer.

El reconocimiento oficial del derecho a la educación superior no se produjo hasta 1910. A lo largo de todo el siglo XIX, el analfabetismo femenino se mantuvo en tasas enormemente altas que rondaban el 70% en muchas zonas.
Hasta principios del siglo XX no se puede hablar con propiedad de un movimiento colectivo de emancipación femenina que vino de la mano del movimiento femenino denominado las sufragistas que defendían el derecho de voto de la mujer española, aunque no se produjo hasta 1931.
Hubo muchas mujeres que se sumaron a este nuevo movimiento, algunas de ellas son: Dolors Monserdà, que defendió los derechos de la mujer desde el catolicismo y se centro en la difusión de la educación, María Echarri, que promovió medidas para mejor la calidad del trabajo en fábricas con la Ley de la Silla, en la que reivindicaba que a los trabajadores se les proporcionara sillas, y la más conocida fue Clara Campoamor que fue una de las mayores promotoras, y dirigente de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas creada en 1918.


Los primeros planteamientos de la doctrina que hoy conocemos como Feminismo se dieron en el pensamiento de los filósofos y de las mujeres de letras del siglo XVIII. Así, durante la Revolución Francesa aparecen asociaciones de mujeres que demandan que la libertad, la igualdad y la fraternidad se apliquen sin distinción de sexos. Estas ideas fue­ron desatendidas cuando se impuso en Europa el modelo de Código Civil de Napoleón, que consagraba jurídicamente la dependencia de la mujer a la autoridad de! padre o el marido y su influencia abarcó todo el siglo XIX.
Las primeras protestas femeninas aparecieron en Inglaterra y en Francia, cuando el denominado movimiento Sufragista luchó por conseguir el derecho al voto para la mujer. Sin embargo, el movimiento sufragista no tuvo en España la misma trascendencia que en estos países europeos. Las primeras mujeres que destacaron en la defensa de la mujer, como Doíors Ivíonserdá, Teresa Claramunt o María de Echarri centraron sus reivindicaciones en el terreno de las mejoras laborales y no tanto en la demanda del derecho político al sufragio. Fue a partir de 1918, y con la generación pró­xima a la Segunda República, cuando se exigió el voto femenino como derecho incues­tionable. Destacaron en este sentido Clara Campe-amor o Victoria Kent


La equiparación de los sexos no llegó a España hasta 1931, pero, iras el breve pa­réntesis republicano, el franquismo retornó al Código Civil de 1889 y se volvió a consa­grar la inferioridad jurídica de la mujer.
La Constitución de 1978 establece la igualdad de sexos en todos los ámbitos, como símbolo del sistema democrático.
En el siglo XIX y primeros años del siglo XX todas las mujeres sufrían una desigual situación frente a los hombres en varios aspectos de sus vidas pero es de la mujer obrera de la que se ha dicho que padecía una triple discriminación: la misma explotación que los hombres en e! trabajo, menor sueldo por la misma dedicación y la exclusividad de las tareas domésticas que recaían sobre ella. A estas tres discriminaciones hay que aña­dir todas las que también padecían las mujeres de las clases acomodadas.



La idea principal del texto es la crítica a la situación de la mujer en esa época, muy por debajo del hombre, estableciendo también una pronunciada diferencia en la mujer dependiendo de la clase social a la que perteneciese en cuanto a la educación, al mundo laboral y su situación en el hogar. Pero todas ellas tenía un punto en común: la situación de subordinación y dependencia de la mujer respecto al hombre.

La estructura del texto divide sus ideas en tres párrafos claros: Comienza hablando de las mujeres burguesas. Diferencia entre la educación que recibían las mujeres y la que se les proporcionaba a los hombres. A las mujeres de la clase alta o burguesa se le
permitía adquirir un grado de cultura para evitar que fuesen analfabetas ("Lectura, escritura, un poco de historia y geografía, pintura, un par de idiomas, música, baile"), diferenciando así su nivel social
 de la mujer obrera; y sobre todo, alcanzar su meta (el matrimonio) y poder cumplir su función en la sociedad siendo una buena madre y esposa, para lo que, como ya hemos dicho, necesitaba conocer
los valores cristianos ("una gran dosis de religión"). El texto continúa hablando del valor que tenía la mujer como objeto de adorno, ya que su estética era uno de los indicios que se tenían en cuenta a la hora de valorar el nivel adquisitivo de una familia, dándole pues mayor importancia a "vestir a la última moda", con vestidos y joyas muy lujosos, que a sus conocimientos y su sabiduría ("pocas veces puede decirse que es inteligente").

Además, se nombra también una diferencia importante en  el aspecto legal: la mujer, al casarse, perdía la mayoría de sus derechos legales, y el marido adquiría
el poder de administrar sus bienes, perdiendo ya la poca dependencia y capacidad de decisión que le queda ("No puede disponer de ellos sin el consentimiento del padre o el marido")
Continúa hablando de la mujer obrera o de la clase popular. Esta vez se centra en el tema del trabajo, hablando del duro horario laboral al que estaban sometidas (todos los obreros tenían una jornada de 12 a 14 horas durante seis días a la semana) y nombra de pasada el trabajo infantil ("Apenas acaba de salir de la cuna ya se ocupa de las tareas domésticas o de ir al taller"). Laboralmente se consideraba que trabajar a cambio de un sueldo era propio de la clase obrera por lo que, entre mujeres de la burguesía, no se planteaba la cuestión salvo en caso de extrema necesidad, que se procuraba remediar encontrando a un marido que les evitase el trabajo fuera del hogar. La mujeres de las clases económicas inferiores, sin embargo, habían trabajado siempre. Antes de la industrialización colaboraban en e! campo con los hombres, se ocupaban en exclusiva del hogar, del cuidado de los niños y además eran las encargadas de elaborar los productos domésticos que aún no se comer­cializaban: pan, jabón, ropa, etc. La industrialización cambió la vida de mujeres y hom­bres de la clase obrera: largas jornadas de trabajo, hogares sin condiciones de habitabi­lidad y sueldos que sólo permitían cubrir las necesidades básicas. Se consideraba, sin embargo, que la mujer no tenía las mismas capacidades que el hombre y, por lo tanto, su trabajo era considerado complementario y se pagaba peor, entre un 50% y un 60% me­nos. Bien es cierto que la no mecanización de determinadas tareas requería aún una gran fuerza física, pero también lo es que, al querer reproducir la clase obrera el patrón bur­gués, el ideal femenino obrero era no trabajar fuera del hogar y, por tanto, las mujeres no se preocuparon por su promoción profesional y se resignaron a las tareas industriales más secundarías. Otro campo laboral copado prácticamente por la mujer obrera fue el trabajo doméstico en casas de la burguesía, donde además de tener la manutención asegurada obtenían un pequeño sueldo a cambio de jornadas con horarios interminables.
La escolarizacíón de los hijos de la clase obrera fue una cuestión que no se planteó hasta bien entrado el siglo XIX, y menos la de las niñas, que se consideraba una cues­tión secundaria. El avance más importante del siglo XIX fue la Ley Moyano de 1857, que establecía la obligatoriedad de acudir a la escuela para todos los niños y niñas entre 6 y 9 años pero, en la práctica, la escolarización total no se llevó a término. En Catalu­ña, por ejemplo, en 1860 estaban escolarizados el 62% de los niños y el 38% de las ni­ñas. Estas diferencias explican que todavía en 1930 el analfabetismo de las mujeres fuese un 15% más elevado que el de íos hombres, y que a nivel de toda España en las escuelas de primaria hubiese cuatro niños por cada niña escolarizada.


Concluimos que, pese a sus diferencias salariales y a lo poco considerado que estaba su labor, que se manifestaba con una pronunciada diferencia en el salario, la mujer obrera y campesina de la clase media-baja constituyeron una importante fuerza de trabajo. La nombrada diferencia salarial también aparece reflejada en el texto ("llevar al final de la semana unas monedas que no son suficientes ni para pagar al médico o al boticario") lo que provocaba que el de la mujer no sirviera como forma  medio de vida familiar sino como un auxiliar, hecho que interesaba a la sociedad, manteniendo la subordinación de la mujer al hombre. Además, la mujer obrera solía trabajar en unas condiciones
muy lamentables, lo que podía perjudicar gravemente su salud ("curen las enfermedades contraídas durante el trabajo"). Estos dos aspectos de la vida de la mujer obrera hacen que su trabajo en  realidad no sea para nada rentable y beneficioso.

Hace referencia también a la educación de la mujer obrera, pues había un 15% más de población femenina analfabeta que de masculina.
Para cerrar el discurso, finalmente, hace un resumen general de la discriminación de la mujer con el tema de su cantidad de deberes, nombrando algunos en las dos últimas líneas del texto ("Deberes de sumisión, deberes de obediencia, deberes de resignación, deberes de hija, deberes de esposa, deberes de madre...") y sus escasos derechos, prácticamente nulos ("Ella nada sabe de sus derechos"). Además, la ley , el Código Civil de 1889, que recogía algunos de los principios del de 1851 sobre los derechos de las mujeres, no la consideraban completamente persona jurídica aunque distinguía entre casadas y solteras. La mujer  no podía ni comprar ni alquilar ni vender sin permiso del marido, aunque fueran de su propiedad. Tampoco podía ejercer una profesión ni declarar sin permiso marital. A la soltera, sin embargo, aunque en otros aspectos sufría más  discriminaciones que la casada, se le permitía libertad mercantil para gestionar su patrimonio. El Código Civil establecía también otras diferencias significativas; por ejemplo, por los crímenes pasionales, la femenina era considerada como adulterio y estaba penada; la masculina, si se producía sin escándalo, era permitida legalmente. La esposa, podía recibir cadena perpetua, mientras que el hombres se veían sancionados con seis meses en prisión o seis años de exilio. Otra vez se aprecia la subordinación de la mujer al hombre, marcada en el texto con la expresión "esclava de un esclavo", frase que demuestra también la ideología anarquista del conferenciante.

El autor, Josep F. Prat, trata el tema de forma objetiva, puesto que los hechos son todos reales, dedicándose a describir la situación de la mujer tal y como se daba en la época, aunque tiene un grado de subjetividad dada su ideología anarquista dirigida hacia la igualdad en la sociedad y especialmente en el mundo del trabajo. La explicación de los hechos es claramente real, ya que se dedica a describir la situación de la mujer tal y como se daba en la época según su nivel social, y como se refleja en numerosos documentos, e incluso en novelas como La Regenta (Leopoldo Alas).

El texto aun así no tuvo mucha repercusión, dado que tampoco cambió mucho la situación de la mujer hasta más avanzado el siglo, ni siquiera entre las asociaciones obreras en donde está situado. Las feministas en este siglo actuaron sobre todo en el ámbito educativo, laboral y social. En España, los cambios fueron mínimos, ya que aunque en Europa empezaron a cambiar las costumbres y las
ideas, en España éstas no acababan de encajar. Aun así en las universidades y escuelas aumentó el número de mujeres estudiando, que anteriormente se establecía en una proporción de una estudiante por cada 8 estudiantes chicos. Con la entrada de más mujeres en el terreno estudiantil se deja más de lado la idea de la mujer encerrada en el ámbito doméstico, aunque como ya decimos en España el cambio fue mínimo.
En cuanto al matrimonio, seguían dándose casos de matrimonios por conveniencia, importando más el aspecto económico que el amor que existiese, aunque aumentó la media de edad de las mujeres al casarse.
En el aspecto de vestuario se produjo un "destape" en la Europa posterior ala Gran Guerra introducido por la diseñadora Coco Chanel, acortándose la falda hasta enseñar el tobillo e incluso parte de pierna, sustituyendo el corsé por el sujetador y cambiando las telas utilizadas para tejer.
Además, las mujeres se impulsaron por este espíritu más liberal y se produjeron los primeros cortes radicales de pelo y una extensión del uso de maquillajes llamativos, como pintauñas y pintalabios de colores intensos. Unos años después, se introdujo también el uso de pantalones. En 1933 la mujer  ganó el derecho a voto, introduciéndose el sufragio universal, y algunas mujeres se presentaron en las listas electorales (Clara Campoamor con el Partido Radical, Margarita Nelken con el PSOE...).
En 1934 la moda que había introducido Coco Chanel perdió intensidad, volviendo los corsés. En el ámbito laboral, la mujer pudo acceder a cargos públicos. Además, el trabajo femenino se empezó a ver regulado por las empresas y por el Estado, no sólo atendiendo a las reivindicaciones de los sindicatos, sino también al propio interés económico. Con todos estos cambios, no es hasta los a los sesenta del siglo XX cuando la mujer de verdad empieza a igualar sus papeles a los del hombre.














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